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La prisa

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Sí, lo confieso, a veces me asaltan las prisas. No sé si a ti también te pasa. Sé que cada cosa tiene su tiempo, pero a veces me gustaría que los tiempos fueran otros.

Sí, lo confieso, a veces me asaltan las prisas. No sé si a ti también te pasa. Sé que cada cosa tiene su tiempo, pero a veces me gustaría que los tiempos fueran otros. Por eso tal vez escribí el otro día una reflexión sobre el sentido de la palabra esperar.

A veces siento que el tiempo va muy lento (cuando tengo una expectativa que parece no llegar nunca), otras veces siento que va muy rápido (sólo hay que mirar los niños cómo crecen). Cuando mi tiempo mental no cuadra con el tiempo físico, cuando me asaltan las prisas y me cuesta adaptarme a los ritmos de la vida, sé que mi mente está yendo demasiado rápido. 

El tiempo es la atmósfera de la mente. Sólo cuando estamos en nuestra mente percibimos el tiempo. Cuando estamos en nuestro corazón la vida se convierte en un eterno presente, sin pesos de futuros que esperar, sin lastres de pasados que olvidar o que recordar. 

Cuando me entra la prisa sé que debo volver a mi corazón. Que es momento de ir "hacia dentro", allá donde habita la pasión, allí donde pierdo la percepción del tiempo porque, simplemente, estoy en otro lugar.

Alguien me dijo una vez "la prisa es ignorancia". Una frase curiosa, que aún a veces intento seguir descifrando. Lo que sí observo es que la prisa (siempre hablo de mi) nace de la no aceptación . Tal vez sea lo mismo. Para mi, la aceptación significa la no-lucha. Pero lo mío no es intentar diseccionar las palabras, sino atravesarlas para comprenderme más en lo profundo, y sobre todo, para salir de ellas y volver a mi ser. 

Cuando me asaltan las prisas, intento aprender una pieza nueva de piano. En general, me cuesta mucho (hace muchos años que perdí el hábito de estudiar y apenas repito unas cuantas reliquias de un repertorio perdido en el tiempo). Me cuesta sentarme y empezar a leer, con manos separadas, y juntarlas compás a compás, en repeticiones que se hacen eternas. Eso me ayuda a que mi mente comprenda que cada cosa tiene su ritmo. Que (como suelo repetir), aún en la era cuántica los embarazos duran 40 semanas. Día a día intento aprender un compás. Dos a lo sumo. No es mucho, lo suficiente para entrenar a mi mente a centrarse en una cosa cada vez. Para sentir que en esta mente, cuando no hay prisa, las cosas suceden. Al ritmo que pueden ser. Al ritmo que la propia naturaleza y mi propia capacidad deciden. No es un tema de esfuerzo, pero sí de voluntad. Y donde hay voluntad siempre se abre un camino.

Y también, cuando me asaltan las prisas, siembro en una maceta nuevas semillas. No me importa la planta, sólo intento fijarme en que sea apropiada para la estación del año. La siembro, con la conciencia de que tardaré en ver el fruto. Y la cuido, en su silencio. Acojo su "aparente no hacer". Observo minuciosamente la tierra, le hablo, la toco suavemente.

Y un día ocurre el milagro. Un día tengo una nueva pieza para tocar, dubitativa, temblorosa al principio, memoria de un sueño por manifestar. Una nueva partitura que llevara la impronta energética de una nueva victoria, de una nueva conquista. La conquista diaria de mi mente, de mi voluntad, de la humildad de ir paso a paso y del anhelo de conocer.

Y la semilla se convierte en un pequeño tallo, en una pequeña planta, quién sabe si con flor, pero sí con mucho fruto. El fruto de la paciencia, de la perseverancia, de la confianza de acoger todo de ti, incluído tu silencio, tu aparente "no estar". El fruto de aceptar la vida y sus tiempos, las presencias y las ausencias, las noticias y los silencios, las oportunidades de cambiar y las de permanecer un poco más, siempre presente -eso sí- en mi propio corazón. 

Y así, día a día, me siento espectadora de milagros. Y allí donde había prisa encuentro la belleza del misterio que se manifiesta en asombro....

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