En estos días he estado “lidiando” con una situación incómoda. Como es complicado hablar en abstracto, voy a explicar hasta donde puedo (protegiendo la intimidad de nuestras vidas). Suelo escribir sobre lo que mi propia vida me ofrece. Observo, escucho, comparto, reflexiono, intento aprender… y cuando creo haber descubierto algo interesante, ya sea en mi interior o en una conversación terapéutica, procuro compartirlo.
En estos días he estado “lidiando” con una situación incómoda. Como es complicado hablar en abstracto, voy a explicar hasta donde puedo (protegiendo la intimidad de nuestras vidas).
Queriendo ayudar a alguien, porque la compasión le puede a la razón a menudo, tomo una decisión. Ese alguien en un momento determinado de mi vida trabajó para mi, y me ayudó mucho. Así que, ahora que ella pasa un mal momento personal y profesional, decido “ayudarla”. Los que me conocen más saben que no me gusta mucho esa palabra “ayudar”, refiero colaborar. Y le propongo una solución que en ese momento parece positiva para todos.
El tiempo va pasando, y yo observo, me observo. Y detecto que, pasados 4 meses, ya no me siento cómoda en esa situación. Hablo con la persona en cuestión. Le explico. Le digo. Le propongo…
Hasta ahí todo parece normal.
El tema es que la persona genera un discurso que me permite hacer una re-reflexión que me he hecho bastantes veces en mi vida.
Lo que estoy exponiendo no tiene nada que ver con la otra persona. No es un “es que tú haces o dejas de hacer”, no es un “es que estás abusando de mi confianza”, o “has traicionado mi confianza y mi generosidad”. Podría, tal vez, decir muchas de esas cosas. Pero hace tiempo que no me enfoco en ti, sino en mi. Te estoy exponiendo que no me siento bien en esta situación. Que ya no me siento cómoda. Y te propongo, ¿cómo lo podemos solucionar?
Y me encuentro que la respuesta tiene que ver con si mi decisión es justa o no, si es el mejor momento o no, con un “me estás poniendo contra las cuerdas”, con un "tu me prometiste"...
Volvamos a empezar. No te estoy exponiendo un caso judicial para dar un veredicto como jurado popular. No te digo lo que tienes que hacer o no. Te estoy exponiendo MIS SENTIMIENTOS. Es decir, no voy a discutir sobre la justicia o la idoneidad. Estoy estableciendo mis propios límites, mis “boundaries”, mis fronteras saludables. Y la persona sigue enroscada en que no es el mejor momento, que no es justo…
Es muy curioso lo difícil que nos resulta (a algunos) no caer en el chantaje emocional, comprender que cada uno es dueño de sus propias emociones, y que cuando actúas desde ahí, desde esa aparente vulnerabilidad de expresar con sencillez que te sientes mal, que no eres perfecta, que no eres capaz de amar incondicionalmente,... tienes toda la fuerza, todo el poder, porque estás responsabilizándote de ti.
Qué difícil es establecer límites y poner líneas rojas… No porque te haya dado una cosa estoy obligada a darte cien. No lo esperes. No porque te dejé entrar hasta la puerta, te voy a abrir a mi santuario. No lo esperes. Si quieres pedirlo, prueba. Pero no esperes que donde se recibe 10 se recibe 100. A veces ni siquiera 11.
Porque puede que no sea así. Todos tenemos límites. Todos tenemos líneas rojas que no se deben cruzar.
El respeto comienza con uno mismo. Comienza dándome cuenta de dónde están mis límites. Y dándome cuenta de que esos límites son necesarios. Son el principio del amor a uno mismo.
Una vez te has topado con mis límites, y te lo he dicho, si quieres, negociemos. Pero no puedes evitar que tome acción. Porque ese es el maravilloso poder de las emociones, permitirnos tomar acción. No sé si es justo, pero no lo quiero más en mi vida, así que hagamos algo. Pactemos cómo (si se puede). Pero si sigues enroscado en el juicio y la mente, entonces mi movimiento te centrifugará de mi vida. No es por lo que has hecho, es por cómo yo me siento, y el respeto que me tengo a mi misma.
Obviamente, es difícil extrapolar una situación a un genérico de situaciones. Pero si tengo que seguir algo, ese algo es mi corazón. Y no puedo seguir mi corazón si sostengo situaciones que me lastiman. Sé que todavía tengo mucho que aprender respecto a la generosidad o la compasión. Por el camino, intentaré ser comprensiva y generosa también conmigo, aunque solo sea porque no puedo dar lo que no tengo y porque el amor debe siempre comenzar por uno mismo.
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